NOVELAS:

El árbol del ahorcado
Iré incorporando más fragmentos de novelas de forma periódica.
A
Después de la ducha se cubre la mayor parte de la cara con espuma de afeitar, acto seguido empieza a rapar despejando por momentos el rostro. Cuando termina se
lava con agua los restos y se frota con la toalla, se peina y se retoca algunos pelos
rebeldes de las patillas y de las cejas, coge el frasco de after-shave y aplica el fresco
líquido por las coloradas mejillas y el irritado bajo cuello. Por fin encuentra entre
el montón de ropa limpia sin doblar la ropa necesaria, se viste y tras encajarse la
chaqueta de pana cierra la puerta a sus espaldas y se encamina por las escaleras
hacia la claridad del portal, donde comprueba el natural estado vacío del buzón y en
el rectangular espejo de la entrada se repasa el cuello de la camisa y las mangas que
sobresalen por la chaqueta y de inmediato, en pocos pasos se confunde con el
torrente que fluye por la calle invernal con rostros serios, ausentes que van en busca
de desconocidos destinos.
El quiosco no queda lejos de casa así que...
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Se llamaba Francisco Rico, pero si le llamabas así se hacía el loco. Incluso si
insistías era capaz de atizarte. Todo el mundo lo conocía por More, More Lingote. Hacía
un par de meses que había cumplido los cuarenta y era camionero.
Estaba de vuelta de un viaje a Bilbao y su Scania M-450 de color rojo chillón con
una caja frigorífica vacía de doce ruedas acoplada atrás se aproximaba no sin esfuerzos
a la circunvalación de Zaragoza. Cuando llegó a la entrada de la N-II se metió con un
suave giro de amplia trazada y los cuatrocientos cincuenta caballos relincharon al abrir
gas después de meter la tercera corta.
Haría cosa de una hora había cenado en un bar de carretera que le habían recomendado
unos meses atrás. No le había gustado ni un pelo. Aún estaba cabreado y murmuraba
maldiciendo al listillo que le había aconsejado comer en aquél lúgubre cuchitril...
Nací un dieciocho de noviembre en el sótano de una peluquería del casco
antiguo de mi pueblo. Estaba empapado y mi madre trataba de secarme. Afuera una
lengua viscosa de niebla espesa lamía las estrechas calles circundantes. No tardé ni dos
horas en tener hambre. Escogí una teta y empecé a succionar con todas mis fuerzas
todavía con los ojos cerrados. Luego, una vez saciado, me dormí profundamente. Era
por la tarde pero ya había oscurecido a orillas del Ebro.
Mi madre se llamaba Mini, era más bien pequeñita y tal vez por eso poca gente
daba crédito a que hubiese dado a luz a seis hijos. Todos varones menos mi hermana
Canela. A mi padre nunca lo conocí a pesar de que vivía al final de la misma calle, lo
único que sé de él es que mi madre me dijo que se llamaba Terry.
Camino de la tercera semana conseguí abrir los ojos y a pesar del olor intenso a
humedad que había percibido constantemente las cosas que vi me parecieron
magníficas, incluso mejor de lo que me había imaginado sumido en aquella tranquila
oscuridad donde sólo me limité a comer y dormir sin preocuparme ni de los ruidos que
llegaban a mí ni de cómo eran las cosas que tenía a mi alrededor.
Había luchas constantes para hacerse con una teta en aquél reducido espacio...
Cuándo cae la niebla
Los perros sois vosotros
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