RELATOS CORTOS:

XX
Colabora en actualizar este espacio, escoge la temática, los personajes o los lugares y removeré mis andrajosos escritos en busca de algo que te encaje.
Día en blanco
Otro día más en el paraíso
Hígado de Cerdo
R5
Cambio de turno
Cuando abrí los ojos me sentí mareado. Mi aliento debía oler a rayos por el mal sabor
de boca que noté. Al incorporarme para sentarme a un costado de la cama aparecieron
las náuseas y segundos después se alternaron con las arcadas. Livia rondaba por ahí
moviendo cosas de un lado para otro.
-¿Te has duchado?
-Sí -me respondió.
-No me he enterado de nada. –Afirmé.
-Dormías profundamente.
Extraño, pensé, porque me había despertado ochocientas mil veces en seis horas
y tenía la convicción de haber dormido poco y mal.
Me dolían las muelas y el lateral
izquierdo de la encía inferior me ardía, casi podía notar los latidos del corazón
sacudiendo esa parte de mi boca. Me llevé la mano a la mejilla para palpar la zona.
-¿Te duele? –Preguntó ella. –Es porque sigues apretando los dientes al dormir.
-Sí me duele bastante, debe de ser un espectáculo oír como rechinan mis dientes
constantemente.
-Lo es.
Me fui para el lavabo y las...
Tenía casi cuatrocientas mil pesetas, un mes de alquiler pagado por adelantado y todo
el tiempo del mundo para escribir una novela. Me había mudado a Girona por varias
catástrofes encadenadas que ahora no vienen a cuento. El caso es que desperté la
primera mañana en aquél espacioso cuarto doble.
Miré al techo y me costó un rato
rememorar los últimos veinte movimientos del día anterior. Miré encima del chiffonier
y había una nota. Era de Livia...
Había renunciado a un buen fajo de billetes. O más bien diría que a una montaña.
Pero allí estaba el día de la Castañada camino de un pueblo chiquitito situado en
una esquina, al sur del país. Con el carné recién sacado huía de los atascos de BCN, de
unos padres que se pasaban el día peleándose continuamente entre ellos y de tres o
cuatro cosas con fundamento de las que no me quiero acordar.
Apelotoné todas mis pertenencias en mi viejo R5: algo de ropa, un teclado, mi
guitarra acústica azul eléctrico, mis mejores libros y mis primeros escritos. Sabía
perfectamente a lo que me exponía, todo lo que estaba en juego con aquella maniobra
arriesgada...
Caía una intensa tromba de aguanieve. El viento lateral cambiaba la perspectiva de lo
que tenía delante. Ese frío podía matar a un hombre que no fuera lo suficientemente
inteligente como para trocear tres o cuatro cajas de cartón...
Por entonces tenía 19 años y vivía en un pueblo pequeño, tal vez demasiado pequeño.
Así que no había mucho que hacer y casi todas las noches de los viernes y los sábados
las dedicaba a rondar por ahí dando tumbos con el viejo R5, patrullaba las calles, una y
otra vez. Intentaba no repetir y aunque era bastante difícil ayudaba mucho la
distribución desperdigada de las distintas pequeñas barriadas de aquél pueblo.
Pequeños grupúsculos de callejuelas apelotonadas en distintas partes de la gran isleta de tierra
firme que lamía el meandro del Ebro...
Estaba a tres metros de la arena de la playa una noche calurosa de julio. Fumaba
cigarrillos contínuamente dando paseos arriba y abajo del parking. Cada dos por tres
sonaba el teléfono de empresa y sin mover ni un dedo ahí estaban los problemas,
esperando a que tomara decisiones sobre ellos.
Era el primer año de la Gran Crisis y todavía no había países en Europa en
suspensión de pagos y ardiendo de punta a punta día y noche. La gente todavía
permanecía aletargada, no se querían dar por enterados y no estaba nerviosa por lo que
se les venía encima...
Lo primero que hice cuando llegué a casa fue poner a veinte la calefacción. No hacía frío pero cuando me fui por la mañana olvidé subir las persianas y había cierto helor en el ambiente. Había sido un día bastante rutinario en el trabajo.
Leí un rato mientras daba sorbitos de cerveza tibia. Llevaba dos años sin poder gastarme pasta en libros nuevos, pero si me preguntaban simplemente decía que estaba en esa fase de relectura de los grandes.
Cociné algo de cena y justo antes de sentarme a la mesa sonó el teléfono. Era la llamada setenta y cuatro del día, así era mi trabajo, no tenía horario, no tenía fin, problemas continuos sin días de fiesta, por cuatro duros, bueno por tres y medio libres de impuestos.
-Ey, ¿qué tal? –Era mi mujer–. No esperaba que me llamaras tan pronto.
Y ahora ella
Entre el primer y segundo plato salí a fumarme el duodécimo cigarrillo del día. Me quedé allí de pie con la cabeza inclinada y emanando bocanadas de humo grisáceo. Miraba embelesado cómo chocaba y se expandía al topar con la pared. De pronto oí una voz.
-¡Ey compadre!
Alcé la cabeza y aluciné. Ante mí estaba el equipo de futbol de la selección mejicana pero vestidos de mariachis. Con todas aquellas ropas oscuras remachadas de todas esas lentejuelas y los enormes sombreros de ala ancha. Aluciné sorprendido porque sólo había bebido un quinto, un Martini y una copa de vino, no era posible que estuviese tan mal.
Lugares
Estaba de regreso en la capital.
Me estaba metiendo en un lío conscientemente. Un asunto turbio me estaba turbando desde hacía varios meses y por fin había decidido lanzarme a la piscina.
Pero primero tenía que cumplir con mis viejos colegas. Hasta la una y media de la madrugada había tiempo para darle rienda suelta a otra noche más de sábado.
Fuimos a la Cueva para trincarnos unos chupitos.
A sangre y fuego
Tercer día de fumeteo y borrachera. Tercer día sin haber comido otra cosa que magdalenas rellenas de chocolate. Tercer día de fiesta loca en mi vieja casa a cien metros de una central nuclear. Tercer día sin haber pegado ojo. Tercer día sin pisar el freno. Cuesta abajo sin respuestas, sin dirección, sin nada en los bolsillos con los que negociar mi rendición.
Subí al segundo piso donde estaban las tres habitaciones de los invitados. Fuera amanecía pero allí dentro el tiempo iba por libre. Mi habitación estaba en la 1ª planta, contigua al salón. Pero no tenía intención de dormir. Me apetecía…
Acerca de todo lo que nunca trajo el tren
Había renunciado a un buen fajo de billetes. O más bien diría que a una montaña.
Pero allí estaba el día de la Castañada camino de un pueblo chiquitito situado en una esquina, al sur del país. Con el carné recién sacado huía de los atascos de BCN, de unos padres que se pasaban el día peleándose continuamente entre ellos y de tres o cuatro cosas con fundamento de las que no me quiero acordar.
Apelotoné todas mis pertenencias en mi viejo R5: algo de ropa, un teclado, mi guitarra acústica azul eléctrico, mis mejores libros y mis primeros escritos. Sabía perfectamente a lo que me exponía, todo lo que estaba en juego con aquella maniobra arriesgada. Lo que me esperaba…
Otro día más en el paraíso
Me ha extrañado no encontrármelo a mi lado cuando me he despertado. A Eric le gusta hacerlo cuando nos despertamos. Aprovecha que es dueño de su propia empresa y puede llegar al trabajo a media mañana. Yo siempre voy de tarde. Después de arreglarme…
El día que tú no estabas
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